La enfermedad de Parkinson (EP) es un trastorno neurodegenerativo caracterizado por el desarrollo de síntomas motores tales como lentitud, rigidez, temblor en reposo y alteración de los reflejos posturales, además de poder asociar problemas de equilibrio y del habla. Frecuentemente, la EP también asocia toda una serie de síntomas no motores tales como los problemas de memoria y el deterioro cognitivo progresivo, la depresión, la pérdida de la motivación, las conductas compulsivas y las alucinaciones entre otros.
¿Qué es la enfermedad de Parkinson?
La EP se asocia a la pérdida progresiva de ciertas poblaciones de neuronas, siendo especialmente vulnerables aquellas que se dedican a la producción de un neurotransmisor llamado dopamina. Paralelamente, en el sistema nervioso de los pacientes afectos de EP existen agregados de ciertos tipos de proteínas relacionadas con el daño neuronal que se conocen como cuerpos de Lewy.
La EP llega a afectar hasta un 1% de la población mayor de 60 años y representa la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente después de la enfermedad de Alzheimer. A pesar de ser una enfermedad que típicamente afecta a personas en la edad adulta, un 10% de los casos lo presentan personas de menos de 40 años edad en lo que denominamos la variante de EP de inicio temprano.
Resulta importante destacar, que a pesar de la idea generalizada de que todos los pacientes con EP presentan temblor, cerca de la mitad de los casos cursan sin manifestar temblor.
¿Qué causa la enfermedad de Parkinson?
La mayoría de casos de EP son de origen “idiopático”. Ello significa que se desconoce su causa. Actualmente se asume que intervienen múltiples factores desencadenantes que predisponen al desarrollo de la enfermedad. A pesar de no conocer exactamente los mecanismos que llevan a desarrollar la EP, existen algunas mutaciones genéticas que se asocian con mayor riesgo a desarrollar la enfermedad, así como ciertas mutaciones que se asocian con formas familiares, autosómicas dominantes de enfermedad de Parkinson de inicio temprano.
¿Cuáles son los síntomas de la enfermedad de Parkinson y su tratamiento?
Los síntomas de la EP pueden dividirse entre lo que denominamos síntomas motores y síntomas no motores. A pesar de que algunos de estos síntomas son más frecuentes en etapas avanzadas de la enfermedad, muchos de los síntomas que asocia la EP pueden aparecer en cualquier momento a lo largo de su evolución.
Síntomas motores
Las personas afectadas de EP suelen presentar lentitud, torpeza, rigidez o temblor que generalmente se inicia en un solo lado del cuerpo y /o extremidad y que progresivamente afectará a todo el cuerpo. En algunos casos, inicialmente el paciente o los familiares detectan una cierta tendencia a arrastrar una de las extremidades inferiores al andar, a no balancear los brazos, a estar más torpe, lento o presentar una forma de temblor cuando se está en reposo, eso es, mientras no realiza ninguna actividad.
La exploración neurológica por parte de un médico especialista en trastornos del movimiento permite detectar si los síntomas que presenta el paciente son compatibles con una EP o si bien tienen otra causa.
El tratamiento de los síntomas motores en la EP se realiza mediante las terapias de reemplazo dopaminérgico, eso es, mediante fármacos que aumentan los niveles de neurotransmisión de dopamina que el proceso degenerativo ha ido disminuyendo. Con un óptimo manejo farmacológico, muchas personas en fases tempranas de la EP muestran una excelente respuesta y pueden mantenerse durante varios años sin asociar ninguna limitación funcional.
La progresión de la EP asocia complicaciones de los síntomas motores y una peor respuesta a los tratamientos farmacológicos habituales, siendo entonces necesaria una revisión exhaustiva e incluso resulta posible plantearse lo que denominamos tratamientos avanzados.
Los tratamientos avanzados para la EP incluyen la implantación de dispositivos que de manera automática liberan de forma continua y programada ciertas cantidades de fármaco, limitando así las fluctuaciones motoras típicas de la enfermedad. Otras opciones a tener en cuenta incluyen la estimulación cerebral profunda que consiste en un procedimiento neuroquirúrgico a través del cual se implanta un sistema de electrodos en el sistema nervioso del paciente que a modo de “marcapasos” consigue restaurar de manera significativa el funcionamiento cerebral y, en consecuencia, el control del movimiento.
Síntomas no motores
A pesar de que históricamente se consideraba que la EP era un trastorno exclusivamente motor, hoy en día resulta indiscutible que existen todo un conjunto de síntomas no motores que son indisociables de la enfermedad. Entre los más frecuentes, encontramos la sintomatología depresiva, que en algunos casos puede incluso preceder el inicio de los síntomas motores, la ansiedad, la pérdida de interés y desmotivación, los trastornos del sueño, las alucinaciones visuales o la irritabilidad entre otros. Algunos de estos síntomas suceden como consecuencia a la falta de dopamina, en otros casos pueden deberse a un exceso en la dosis empleada. Por lo tanto, el ajuste terapéutico de los fármacos empleados puede en muchos casos resolver total o parcialmente esta sintomatología.
Un efecto secundario que desarrolla cerca del 20% de los pacientes que emplean un tipo de fármaco llamado “agonistas dopaminérgicos” son los denominados trastornos del control de los impulsos. En estos casos, los pacientes desarrollan conductas obsesivas y compulsivas de manera poco controlada que les incita a realizar conductas o acciones con las que asocian placer. Algunos de los trastornos del control de los impulsos que más frecuentemente encontramos en la EP son el juego patológico o ludopatía, las ideas obsesivas con el sexo o la comida compulsiva entre otros. Obviamente, muchas de estas conductas tienen un impacto muy negativo sobre el paciente y su entorno y en muchas ocasiones ni los pacientes ni los familiares saben que estas conductas son un efecto secundario. Cuando estos problemas se detectan, el manejo de las dosis y tipo de fármacos empleados consigue en muchos casos restituir la normalidad.
A nivel cognitivo, la práctica totalidad de los pacientes con EP tiene algún tipo de dificultad con respecto a su nivel previo diagnóstico de la enfermedad. Estas dificultades suelen incluir problemas para mantener la atención, la organización y en algunos casos problemas a nivel de memoria y de encontrar las palabras. A diferencia de la enfermedad de Alzheimer, tener algunos problemas a nivel cognitivo no significa que se vaya a padecer una demencia en el futuro. De todos modos, una proporción importante de personas afectadas de EP experimentaran un declive cognitivo más o menos agresivo durante los primeros 5 años de evolución de la enfermedad que en algunos casos puede llevar a una demencia asociada a la EP.
A pesar de que no existen tratamientos curativos para los trastornos cognitivos o la demencia en la EP, resulta fundamental evaluar el estado cognitivo de los pacientes con tal de identificar posibles indicadores de deterioro cognitivo que nos ayuden a implementar estrategias orientadas a ralentizar su progresión.
Otros síntomas no motores que frecuentemente encontramos en la EP incluyen los trastornos del sueño, los problemas de estreñimiento, la fatiga, el dolor y los cambios en la apetencia y conducta sexual.
El tratamiento de algunos de estos síntomas no motores puede incluir el ajuste de la medicación, el inicio de otros tratamientos farmacológicos y el uso de terapias complementarias que pueden incluir el cambio de hábitos alimentarios y/o consejos nutricionales, los cuidados sobre la calidad del sueño, la psicoterapia o el ejercicio físico entre otros.